6.3.14

     El miedo condiciona en gran medida el acto de crear y en especial el de vivir. En algún espacio de la ciudad se encuentran esparcidos tres diarios, un adolescente y un niño llorón. A estos personajes atribuyo mis quejas. La pérdida es el acto más renovador, en primer lugar porque su integridad siempre se ve afectada por el miedo y en segundo lugar porque en la medida que aumenta cada giro,  uno admite su insignificancia. Rasgarse la piel es, creer que por cada respiración profunda un niño nace. Esta parte de mi vida no tendrá nombre y me tranquiliza, porque un día no tendré que mencionarla entre líneas. En el proceso se han despejado tantos días, dios mío, tantas caras. Que ahora siento, grito y me escuchan los niños de los diarios perdidos, se asoman por mi ventana, se aseguran de verme y corren para no dejarse ver. Poco a poco han ido perdiendo sus facultades para hablar, pedir, preguntar, escribir y sé que pronto serán más pequeños. Habrán tantas lágrimas, que alcanzará para un pozo de los deseos y regar las plantas de mi edificio.

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