1.8.12

Domingo o miércoles.


   El descanso es un varón recién nacido, gimiendo y reclamando bondad de las manos de todo lo que ahorca. Es una mano terca ondulando de modo coreográfico la bragueta de un pantalón que se hace (in)quieto. Quietud además terapéutica. Conozco bien a la puerta de mi casa y sé que tiene antojos de mujer preñada que van a la par de mis caderas. Con el tiempo me ha dejado saber que las festividades son grandiosas en su propia estupidez, no sé si por la música o por esta gente que va duplicando su ración de ternura. En algún momento me obligó a saber que soy morena, que tengo ojos aguarapados y que me valgo de manos tontas. No he podido menos de atrapar con aquélla misma quietud, esos mismos portazos tristes que se olvidaban algún día de mí y de mi casa, y que van horrendas a desvanecerse en la palma de una mano tonta que a su vez ataja y despide con la misma intensidad. Es una muequecilla recién dada a luz. Recién prendada de algún bofetón didáctico y educativo, de esas cosas horrendas que les pasarán a mis hijos. El descanso está cargado de una cotidianidad tremenda, tanto como un cotejo de techo o una chiripa asalariada, con tez morena, de ojos guarapos y manitos idiotas. Tanto como usted sin dejar llover mi boca en su revés peludo; y es que a usted le gusta pensar que no hay descanso.