31.1.12

Que no se traduzca como crítica; es un reclamo.

Me pesa el desacierto, que vengo de ser nacida en estos días y lo acentúo cada vez más. En lo que digo y en lo que hago y en lo que busco y en lo que espero y en los adjetivos que utilizo y en las pieles que amanezco y en los pavos que me sumo y en los paisajes que me debo y las carencias que me siento y no he podido desvenir. Lo llevo todo colgado en la columna y en las punta de los pechos, esperando volver a una era que me ha debido la subjetividad con la que escribo ciertas cosas. Escueta modernidad me alcanza y le aclaro, que esta naturalidad se ha impuesto sobre los días a pesar de lo doblado. Hay cuestiones que no logro comprender, en estas gentes que nacen indiferentes a lo enternecedor de las vocales. Saber corresponder a las acentuaciones que practico, no es trabajo. No hay que definirme cuando me presento cual fruta que ha recién nacido. No me han cogido de una rama ustedes, natos de la calma y el embellecimiento connotado. No me han sabido ustedes, natos. Personalmente, prefiero ser cogida de la lengua y mesura de la misma, porque no me interesa el prodigio que se inhala y entumece a las almas de agudeza innata. El estado complejo de hostilidad trascrita, no es gemelo al divorcio de situaciones nocivas para vivir y decirlo. De hecho, no existe similitud siquiera de forma estrecha, al esparcir una oleada de molestia transcrita en un montón de versos huecos. No es un revestimiento, es la intención de incorporar, o más bien mantener, la voz que dirige el alma.

Exijo, por despecho y descontento, el retorno de las aves y los pasajes que han de concentrar la calma, que hacen al poema florecer. Las músicas de magia, que revierten el efecto de los espejos morales y se atreven a sonar muy alto. La potencia inmensurable del amorío risueño, que enviste al Dios sonoro y lo emborracha de placer. 

Engordo las vocales que me quedan, porque soy de estas gentes que se suman al magullo, la simpleza y los dolores de un sentir muy solo, muy inmune. Estrujo los lazos febriles, que han sido adorno para los obrantes de hoy día. Estos niños trovadores que no han hecho más que enjuiciar y maltratar a la lengua de los abusados. Merecen, por sí solos, un par de cachetadas de vidrio granizado, a ver si aguantan las palmadas de lo que han dicho y la forma en que lo han hecho. 

No me queda más que coger un trozo de papel, escribir mi reclamo y dedicarme a morir un par de veces; para que así se me tome en serio y logre quedar renuente mi edad hasta la fecha. Para que no se me subestime ni un poquito.   

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