3.2.11

Madre, tú nunca sabrías.

Se avecinaba tanta calma que mis pies flotaban con gran descaro. Yo sólo subí dos escalones y casi sin sentir, me encontraba con la llave incrustada en la cerradura que confundí por un momento con mi ombligo. Al cabo de unos minutos, ya me encontraba en los talones de mi padre reparando su calzado. Reparando el ruedo que habría hecho mi madre antes de partir a sus oficios, y que hubiese hecho yo de ser más atenta. Entonces, subí la mirada y me encontré con el esbozo de las rayas de finos colores que pintorreteaban la camisa de papá. Papá es un hombre tenaz, sin duda. Es capaz de lucir voraz e ingenuo al mismo tiempo. Pero hoy, hoy lucia como un alma de palabras cálidas y sin querer ya me hacía orgullos en la frente. Mi padre con el pecho embelesado, es una alma pródiga y en susurro ajeno. Es quizá el alma más débil que atesoran mis dedos. Mi candidez, desde luego.

Unas horas después, vi como en silencio se escabullían mis temores; yacía la palma de papá en mi frente, en los tobillos, y en mis muñecas no tan sabias como las de él. Es mi madre la mujer de un gran hombre.

¡Es mi madre! -con astucia me dije- Al mismo tiempo me enternecían los suspiros de mamá, cuyos genes predominaban en mis cabellos de almacén y mi nariz. Caricias que sólo regala en mi lecho mortuorio cada vez en un año.

Es mi madre... 


Incesante, insistente, escabrosa y maloliente yacía adjunta a las páginas de un libro que nunca terminé. Enchumbada por sopotocientas gotas de sudor y algunas lagrimitas que se me escapaban en silencio. Aislada, casi por temor. Estaba infecta, no más infecta de sosiego. Temían, al mismo tiempo en que juraban que era tan pasajero como el Padre Nuestro. Mis niñas a un costado de mis piernas, olfateándome cada poro, como inseguras de sí.

- Mami, estoy bien. -le dije- como para no angustiarle aspiré fuerte y la flema parecía tomar cuerpo en lo más oscuro del papel periódico. Ella estaba tan preocupada como yo el Octubre pasado. Y todo pasó. El tiempo nos dejó en...

- "En comunión con Cristo"... -dijo-
Recordé que la noche anterior había comulgado con descaro. Era otro vago recuerdo de mi inconsciente. Al finalizar cerré los ojos. Me di vuelta en la almohada de pepitas y caí de nuevo en un profundo descanso (casi eterno).

Desperté como si fuera la convicción, alguna costumbre propia de mis principios. Y allí estaba con mamá en la esquina de mi fétida habitación, la cual colmada de mi agria penumbra, aún podría destilar quizá un poco de ternura o tal vez desgano. No sé distinguirlo ahora. Hablábamos de ella, que era a quién podrían atribuirle el mayor tamaño de los trozos que dejé en su cama: la gorda de los rizos, mi hermana.

Releía, en conjunto propio de mi entera lucidez lo hermoso de sus rasgos más ilegibles. Era imposible entonces odiarle por tanta inteligencia que aún no logro descifrar. Ni por error alguno sé de lo que estoy hablando cuando digo: su inteligencia.

Volvieron y os juro que éste, fue uno de los días que más necesité en años.

No me crean cuando parezco ser inmortal; créanme ahora que soy tan débil como el mundo en general.
como los espirales de mi espalda, y los puntitos de los hombros del hombre que amo. 

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