El descanso es un varón recién nacido, gimiendo y
reclamando bondad de las manos de todo lo que ahorca. Es una mano terca
ondulando de modo coreográfico la bragueta de un pantalón que se hace
(in)quieto. Quietud además terapéutica. Conozco bien a la puerta de mi casa y
sé que tiene antojos de mujer preñada que van a la par de mis caderas. Con el
tiempo me ha dejado saber que las festividades son grandiosas en su propia
estupidez, no sé si por la música o por esta gente que va duplicando su ración
de ternura. En algún momento me obligó a saber que soy morena, que tengo ojos
aguarapados y que me valgo de manos tontas. No he podido menos de atrapar con
aquélla misma quietud, esos mismos portazos tristes que se olvidaban algún día
de mí y de mi casa, y que van horrendas a desvanecerse en la palma de una mano
tonta que a su vez ataja y despide con la misma intensidad. Es una muequecilla
recién dada a luz. Recién prendada de algún bofetón didáctico y educativo, de
esas cosas horrendas que les pasarán a mis hijos. El descanso está cargado de
una cotidianidad tremenda, tanto como un cotejo de techo o una chiripa
asalariada, con tez morena, de ojos guarapos y manitos idiotas. Tanto como
usted sin dejar llover mi boca en su revés peludo; y es que a usted le gusta
pensar que no hay descanso.
1.8.12
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